Por Fernando Camino.
Vivimos en el mundo que nos merecemos. En cierta medida somos responsables de lo que pasa.
Son cada vez más escasas las personas que se animan a marcar la diferencia, todos quieren pertenecer a este gran engrudo que nunca llegará a ser masa.
Nadie quiere cambiar de color y por eso la gran mayoría sigue siendo verde y no quiere madurar, porque madurar puede significar dejar de pertenecer.
Así es como nos encontramos con esta realidad. Este engrudo rebasó todos los límites imaginados, todo es de un mismo color y no existe variedad, y ésta es la que permite el equilibrio en el universo. Sino póngase a pensar… no todas las estrellas son iguales, hay de diferentes colores y tamaños, no todas las galaxias, planetas, plantas, animales, flores son iguales, y a pesar de pertenecer al mismo universo, cada una cumple su función, que hace al equilibrio y a la esencia de la existencia misma.
La rebeldía se llevó por delante el bien común, y aunque esta frase para algunos resulte paradójica, es una dolorosa verdad.
En el pasado, los mal llamados rebeldes, porque en realidad eran revolucionarios, y quienes se revelaban al sistema, tenían un propósito, convicciones, ideales, empatía, amor, y la fuerza que los impulsaba era la de proteger a los más indefensos, los más débiles, teniendo las facultades perceptivas bien entrenadas para darse cuenta de quienes realmente eran, dentro de una sociedad, los que no podían defenderse, para que los opresores nunca se hicieran pasar por oprimidos, ni los agresores por víctimas.
Esos revolucionarios, esos rebeldes, ya no existen. La sociedad fue mutando y de rebeldes pasaron a ser caprichosos engreídos que lo único que quieren es satisfacer sus deseos egoístas a costa de cualquier cosa que no sea su satisfacción personal.
La filosofía del mundo moderno nos metió en este individualismo despiadado y destructivo, en este libertinaje asesino y ponzoñoso, que va segando mentes y tapando oídos como si se tratara de una esclerosis múltiple que ataca los sentidos.
Aunque todos hacen lo mismo, se creen rebeldes. En una sociedad donde nadie respeta u obedece a los padres, rebelde o revolucionario seria quien los respeta y obedece. En un mundo egoísta, que solo piensa en sí mismo, rebelde o revolucionario seria empezar a darse cuenta de que a nuestro alrededor hay personas que podrían sufrir y verse afectadas por nuestro accionar.
Entendería la angustia que les produciría a muchos de los que en el pasado anhelaron libertad, las decepciones de quienes pelearon por ella, y la bronca de los que la soñaron para el futuro, este futuro que estamos viviendo ahora, ya que el presente muestra una libertad ultrajada y mutilada por un libertinaje obsesivo, lascivo y completamente amoral.
Quizás el mundo de los fuertes, de los pensadores, de los de sentimientos nobles, haya quedado en el pasado. Porque hay que ser muy fuerte para ser diferente. Porque hay que pensar para darse cuenta del daño que provoca esta filosofía de vida, que alienta el concentrarse en uno mismo, y esa libertad desmedida que todos buscan para no resolver los problemas, ya que el tratar de resolverlos quizá signifique hacernos cargo y ser responsables. Porque hay que tener sentimientos nobles para despojarnos de nuestro egoísmo y defender a los indefensos, aquellos que son realmente débiles, a lo que no tienen la culpa.
Vivimos en el mundo que nos merecemos, pero también es cierto que este mismo mundo que construimos nos decepciona cada día a cada hora. Queda demostrado en estos tiempos difíciles que nos toca vivir, que ni las situaciones limites nos hacen ser fuertes, tampoco pensar y mucho menos desarrollar sentimientos nobles, siendo solo simples espectadores que miran crecer ese engrudo que rebasa todos los límites y se sigue alimentado de más y más personas, porque aunque no sirve para nada es pegajoso y atrapa.