Mario Rodríguez.

La Columna Semanal de Iván Ferreyra

Mario Rodríguez, se merece que le escriban algo lindo. Un buen tipo. En la adolescencia me dijo algo que aún recuerdo, íbamos a bailar y a los dos nos encantaba Erasure y Depeche Mode, y él empezó a deslizar unos pasos muy exóticos, y los desplegaba en Karen, creo que así se llamaba el boliche de Patatín Carletta, a quién aprovecho para agradecerle públicamente todas las noches hermosas que pase ahí.

Y con el Mario empezamos a jugar juntos en Canalense, y nos fuimos hermanando, él siempre me decía, “bailar hermoso conmueve a las chicas”, y metía unos pasos de breakdance inolvidables.

Puedo acordarme de la mañana en la fila del Belisario, de mi segundo colegio, siete de la mañana, creo que se saludaba y se cantaba algo, prefiero olvidar esos detalles raros que había, y en esa escena, el Mario me canta al oído Gloria de Erasure, que es una canción en castellano y creo que era incantable, y él estaba obsesionado.

Luego le puso a su perro Per, por Per Gessle de Roxette, todo en él era un detalle estético y lleno de brillo. Su padre, Carlos, uno de esos personajes a los que le escribe Larralde, peleo contra todo lo que pudo mientras pudo, no cagó a nadie.

La parrilla El Cacique una parada indispensable en camioneros que viajan al cielo. Una vez en la Terminal, mi viejo me acompañaba, y nos tomamos un café, y nos atendió Carlos Rodríguez, no sé porque cada vez que lo veía, me hacía acordar a mi abuelo Prospero, con él que a los doce años construí un paredón, que aun sigue erguido en Canals, el primer oficio que conocí, el de albañil, como dejar de buscar a López, como olvidarse de Fuentealba.

Y Carlos me pregunta por mis hermanos, y hablamos del Marío, que se había casado. No podía despegarse de los que viajaban, era buen en eso de acompañar. Y el Mario heredo esos valores. Eso que todavía no dije lo que era atajando. Un cuerpo elástico, nunca lo vi reírse cuando atajaba.

Sé que no sé, sigo aprendiendo, se que no sé, sigo sintiendo. 

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