La columna semanal de Iván Ferreyra
Mi primer recuerdo escolar es con las queridas Norma Birocco y la Elvirita Aguado, gran amiga de mi abuela Pola. Luego apareció en mi vida Maria del Carmen Lopéz que me sentaba en la mesa de su casa a almorzar como un hijo más, recuerdo sus ojos grandes, de colores, y su amor por el oficio.
Luego llegaría Mabel Morais, que hace poco la vi en la presentación del libro de Mariano Ingrassia, y era como si el tiempo no hubiera pasado, le recordé cuando nos disfrazó de gallo en un carnaval, y paseábamos en una carroza por el centro de Canals. Las maestras del José Hernandéz, hadas, ellas fueron llenando mi sangre de lo que soy ahora.
En la secundaria la recuerdo a la Pita Cardellino que siempre confió en mis recursos, hasta me postulo para la bandera de ceremonia y yo me llevaba doscientas materias, un gesto que nunca olvidaré.
Y la hermosa Silvia Borghi, que me traducía las canciones en inglés, cuando empezamos a ver qué había detrás de las palabras, de las melodías. Todas ellas nunca te dejaban solo. Así son las maestras de nuestro pueblo, llenas de sabiduría y de esa militancia extraordinaria de creer en un mundo mejor. Y por las nuevas generaciones.
Y la inolvidable Josefa Gregorio, que tenía la titánica tarea de enseñar matemática, esas ecuaciones que ahora las tengo guardadas en la heladera, a ver si algún día me sirven para algo. Enseñar es un trabajo que se hace desde el corazón. y a mi gran maestra, mi madre. Gracias.