La columna semanal de Iván Ferreyra.
Jorge Antonio López, era mi vecino y amigo del Barrio Patria. El segundo oficio más antiguo del mundo es el de contar historias. No creo que cambie el mundo si yo hablo del gordo López. Va a cambiar nuestra forma de recordar a la gente, de respetarla. Es otra forma de supervivencia.
El gordo tenía una bici negra, con la que todos los días iba a la gomería de Carulo. Las bicicletas son esas piernas eternas. Yo iba a la gomería con la cámara de la bicicleta rota a propósito. Disfrutaba el proceso del arreglo, el gordo apretaba la cámara inflada y la metía en el agua, empezaban a salir unos globitos de aire, luego él tomaba un pincel chiquito y desparramaba cola para luego apoyar el parche. Ese momento era tan perfecto y efímero. Como la mirada de un perro triste.
Esos trabajos que consisten en arreglar cosas deberían considerarse arte. El gordo jugaba al fútbol en la rural, era marcador de punta sin despeinarse. Hay cosas de las que nadie se acuerda. ¿Quién se acuerda que el Tata Díaz juega de siete?. Nos estamos acordando del gordo López. La versión oficial dice que murió de un ataque en el baile de egresados de su hija. En realidad era tan feliz, que decidió irse a la pista de baile más grande, la eternidad.

No hay nada más hermoso que morir en los brazos de su hija bailando un vals, verla recibida con un titulo que por ahí él deseaba para ella, por que por ahí él no había podido. Una paloma negra se poso en su hombro y se lo llevó. La muerte es esa mano que entra en la pecera y mata al pececito. Hurgar con los ojos el cielo siempre gris. Gordo, hemos puesto otro parche, y esta vez es al olvido.
Dibujo de Ramiro Argañaraz. Celebres Clandestinos
