La columna semanal de Iván Ferreyra
En marzo llegué a Alejo Ledesma, antes sólo lo conocía de noche, por sus hermosas mujeres, y por su pasión futbolística, debute en la primera de Canalense en la cancha de Los Andes.
Instituto Velez sarsfield me esperaba para repetir quinto año, en el otro colegio era inviable, debía más de ocho materias. Mi tía Dolores conocía al director del Colegio, de apellido Molisani, grandote, había estudiado en el terciario con mi tía, y me concedió una plaza en su colegio.
Ledesma está a treinta kilómetros de mi pueblo, y no había líneas de colectivo que me hicieran llegar a horario al colegio, así que no me quedaba otra que hacer dedo, autostop, me la tenía que jugar para llegar, tenía a favor que salía a las doce, donde entre pueblo y pueblo había una cierta circulación, entraba a la una y treinta. Lunes a viernes tenía que realizar ese recorrido durante un año. Si lo pensaba no lo hacía. Era un desafío. El primer día encare la ruta con mi pelo largo y mi guardapolvo. No me acuerdo quién paro. Sólo sé que cuando llegué a Ledesma el que me recibió fue el que sería mi gran amigo, Alcides Di Nardo.
Era toda una incógnita cómo me recibirán. Fue hermoso. El hecho de que jugara al fútbol en la primera de Canalense ayudaba en algo. Ledesma es un pueblo muy futbolero.
No sé porqué pero esa ruta y esos viajes me llevan a canciones como Imágenes paganas de Virus y Amanece en la ruta de Sueter. Canciones que son como naves espaciales hermosas que siempre están ahí para alejarse del abismo.
Continuará.